Como dije un día, creo que la única forma de conocer verdaderamente a alguien es dejando que nos regale un poquito de su pasado.
Creo que las personas somos nuestro pasado viviendo en un presente que puede que determine nuestro futuro.
Estamos llenos de células, músculos y huesos y todo ello construye la portada de nuestro libro, el gran libro de la vida. Aunque sinceramente creo que todo esto es muy secundario.
Creo que las letras que marcan el compás de nuestro ser son todas aquellas batallas ganadas, las hazañas de un caballero que con valentía alentó a su princesa o las de esa guerra que grito fuerte a la vida y nunca jamás volvió a caer.
Creo que estamos regordetes no de kilos, sino regordetes de tanto aprender, de aprender a caernos y levantarnos, de aprender a sonreír y también a respetar alguna que otra lágrima, de aprender a ser, a ser sin más, simples, con todo.
Pero sobre todo de aprender a agradecer, porque si algo he aprendido es que cuando se cierra una ventana se abre un ventanal gigante que trae aire fresco, aire que da vida, un aire libre que te inunda de felicidad e ilusión, de renacer, de ti.

Así que te invito a que no juzgues el libro por su portada y te atrevas a bucear en él, seguro que te encuentras con más de una sorpresa, sorpresas que te permitirán entender el porqué de sus cantos y bailes. Sorpresas que abrazarás sin darte apenas cuenta de que la canción acabó hace unos cuantos años pero que tú quieres seguir escuchando todos los días de tu vida.

Así se construye el cariño, descubriendo, "sin querer", así que

¡queramos!


Ro Lorenzo Salvador.

Comentarios

Entradas populares de este blog